Día Cero

El ensayo estaba programado para las 4:30 de la tarde en el Taller de Músics. Coincidía con el primer día de clases de Lucas y, por fortuna, nos prestaron un salón inmenso: un espacio con piano de cola, batería, amplificadores y una consola de audio que parecía esperarnos.

Llegué con cierta inquietud. Los días anteriores no había tenido acceso a un contrabajo y tampoco tiempo para practicar. Mientras hacía diseños y respondía correos me limité a escuchar los audios que Florian compartió con el grupo, pero nada más. Me concedí un par de horas para repasar los temas más complejos, en especial Pulse, con su línea de bajo vertiginosa, llena de digitaciones incómodas y tensiones melódicas que la vuelven poco intuitiva. Lo estudié en silencio, con un “contrabajo de aire” y tarareando las notas. Una preparación frágil, pero suficiente para sostenerme hasta el ensayo real.

Miércoles 10 de septiembre de 2025

La sesión comenzó de forma extraña: solo Florian y yo llegamos a tiempo. Toms Rudzinskis apareció casi hora y media más tarde, justo cuando nos detuvimos a tomar una cerveza en un bar de la esquina. Pasó de largo sin vernos; Florian tuvo que correr tras él. Toms venía con un café y una empanada en la mano. Regresamos entonces al salón, conscientes de que a las 8 debíamos desalojar. En el trayecto nos recibió la música de la calle: un grupo tocaba melodías catalanas y dos grandes círculos de gente bailaba sardanas para celebrar el inminente Día de Cataluña.

Alcanzamos a repasar un par de temas, aunque sin la presencia de Hanno Stick, nuestro baterista, que llegaba a Barcelona esa misma tarde, demasiado tarde para alcanzar el ensayo.

Diez minutos antes de las 8 nos pidieron salir. Florian y yo fuimos al departamento de Aura, donde él se quedaría un par de noches para evitar gastos de hotel. Intentamos pedir un taxi o un Uber, pero la espera era eterna: más de veinte minutos. Optamos entonces por el metro hasta Sant Andreu y, desde ahí, una caminata cuesta arriba de quince minutos hasta Nou Barris. A la llegada nos aguardaban todavía cuatro pisos de escaleras. Yo ya estaba habituado; Florian, en cambio, cargaba con una maleta enorme, la guitarra y una bolsa adicional.

Dejamos las cosas y salimos de inmediato rumbo a Gràcia. El restaurante de tapas que había propuesto Lucas estaba abarrotado, así que probamos suerte en otros lugares. Tras un par de intentos llegamos a Raspall, un bar que ya conocía gracias a Pau y su madre, Martha, por recomendación de Vernau. Pedimos una tapa y una cerveza, pero el sitio era demasiado pequeño para recibir a toda la banda. Cuando llegaron los demás, nos saludamos, conocí por fin a Hanno y seguimos rumbo a una terraza más amplia. Terminamos en Plaça de la Vila de Gràcia, compartiendo tapas y cervezas bajo el aire nocturno.

Después de cenar, Lucas nos mostró algunas calles de su barrio y caminamos hasta encontrar El Cafe del Teatre, donde se reunía buena parte de la escena de jazz local: Toni Saigi, Marc Cuevas, Christian Smith. El saludo se convirtió en charla, y la charla, en negronis. No tardamos mucho en decidir que era mejor retirarse: al día siguiente comenzaba la gira.

Fue, en todo caso, una velada perfecta para convivir y conocernos mejor.

Día uno - Barcelona, España

La lluvia me despertó varias veces en la madrugada. Lejos de incomodarme, agradecí su frescura: los días previos habían sido sofocantes. Dormí en el sofá, mientras Florian ocupaba el cuarto que yo había usado. Descansé bien.

Me levanté alrededor de las 8:30, justo cuando escuché salir a Florian rumbo a la playa. Yo opté por un café y un poco de trabajo: debía terminar un diseño para el saxofonista francés Grégory Sallet. Apenas tuve tiempo, pero logré enviarlo concluido.

Florian regresó cerca del mediodía, empapado. Su excursión playera fue interrumpida por un aguacero súbito.

Poco después salimos hacia casa de Lucas; habíamos quedado en ensayar juntos. En el trayecto pensé en Vernau, quien me prestaría su contrabajo. Le escribí para ver si podía recogerlo antes del ensayo, con la esperanza de practicar las líneas más difíciles. Al salir del metro Joanic, me respondió que sí, así que desvié mi camino. Florian siguió hacia la casa de Lucas y yo calculé regresar en veinte minutos, pues apenas había una estación de distancia.

Apenas llegué al departamento de Vernau, volvió a desatarse la lluvia. No era intensa, pero sí lo bastante constante como para arruinar cualquier trayecto. Él me invitó a esperar con un café, y acepté. Pasaron casi cuarenta minutos sin que el aguacero cediera. Durante ese tiempo su tío me habló largamente: de la conquista, de los vínculos entre México y Filipinas a través de España, de comunidades autóctonas mexicanas. Un hombre profundamente catalán, que había viajado solo para los festejos del día nacional, a los que tampoco pudo asistir por la lluvia.

Finalmente decidí dejar el contrabajo e ir al ensayo con mi impermeable. Llegué casi a las dos a casa de Lucas; la idea era salir quince minutos después a comer sushi, pero terminamos repasando la música hasta las tres. Fue un ensayo insólito: yo con un ukelele-bajo y Hanno, en lugar de batería, golpeando la mesa y las partituras como si fueran percusión.

Jueves 11 de septiembre de 2025 - Robadors 23

Después fuimos a comer. Caminamos veinte minutos hasta un buffet de sushi, donde se unieron Vernau, Pau y Martha. Lucas y Toms ya estaban ahí. Lucas pidió sin mesura: makis, camarones empanizados, sashimi, gyozas… platos que llegaban sin cesar, un festín interminable. Hacía mucho que no comía tanto. Cuando avisaron que la cocina cerraba, Lucas, imperturbable, volvió a ordenar otra ronda. Fue extraordinario.

Salimos casi tambaleando de tanto comer. Caminé con Pau y Martha hasta el metro Alfons X para regresar al departamento: aún debía hacer unas correcciones al diseño. Me apresuré, pues quería alcanzar a hacer videollamada con Muri y tomar un café. Lo logré: casi una hora de conversación que me devolvió la calma.

A las 7 tuve que salir corriendo a recoger el contrabajo en casa de Vernau y de ahí, directo a Robadors. A las 8 nos esperaba Pau para la sesión de fotos.

Propuse hacerlas en el bar Marsella, uno de mis lugares favoritos en Barcelona. A pocos pasos de Robadors, es un espacio detenido en el tiempo: botellas polvorientas, madera envejecida, un ambiente rústico que parece intacto desde hace un siglo. Sin música, solo voces. Allí, cuentan, bebieron Gaudí, Miró y otros artistas célebres.

El concierto en Robadors resultó magnífico. Para ser la primera vez que tocábamos juntos, la música fluyó con naturalidad. Entre el público estuvieron amigos como Mark Aanderud, Francisco Vallina con su pareja, y Lluc Casares. Interpretamos el set de las 10 de la noche, habitualmente reservado para grupos flamencos; esta vez, la escena se invirtió.

Al terminar, compartimos unas cervezas. Planeábamos pasar por la jam del "Soda", que abría Vernau, pero era tarde: con los instrumentos a cuestas y el metro cerrado, no quedó otra que tomar un Uber. Tras quince o veinte minutos de espera logramos subir todos, contrabajo incluido.

Setlist:

  1. Weißes Rauschen

  2. Fly Out

  3. Pulse

  4. The City That Never Sleeps

  5. Lee Roy

  6. But Still It Hurts

  7. Whenever You Are Lonely

  8. Tune For Joris

Día dos - Riga, Letonia

Nos levantamos muy temprano, quizá a las 7 de la mañana, porque teníamos que estar en el aeropuerto alrededor de las 8 para tomar el vuelo a Helsinki. Florian y yo fuimos en metro, un trayecto tranquilo y sin contratiempos. Llegamos con tiempo: ellos documentaron sus instrumentos y yo, que solo llevaba una mochila y ya tenía hecho el check-in, aproveché para comprar una baguette de jamón serrano. Estaba algo cara, pero me salvó del hambre. Tuvimos que esperar muy poco antes de abordar; en ese lapso aún alcancé a mandar unas últimas correcciones al diseño de Grégory Sallet.

El vuelo a Helsinki fue muy tranquilo. Aterrizamos cerca de las 3 p.m. y, junto con Florian, recorrimos un poco el aeropuerto en busca de comida. Todo era exageradamente caro, así que decidí aguantar hasta llegar a Riga.

El avión a Riga era pequeñísimo, con hélices y solo cuatro asientos por fila. Por suerte el trayecto dura alrededor de una hora. Una vez en Riga, nos separamos: yo me fui con Toms mientras que Florian, Hanno y Lucas esperaban sus maletas y se dirigieron directo a M/Darbnīca. Toms pidió un auto por Bolt y nos llevó hasta la casa de Yuriy Natsvlishvili, un chico ucraniano que vive en Latvia y que, con mucha amabilidad, nos prestó un contrabajo para esa noche.

Viernes 12 de septiembre de 2025 - M/Darbnīca

El camino fue revelador: primero atravesamos suburbios con edificios de la ex Unión Soviética, viejos trenes y autos antiguos. Después, entramos en un vecindario de casas triangulares, la forma clásica de casa que casi nunca se ve en México. Llegamos a un gran patio verde y Toms abrió la puerta como si fuera su propia casa; lo mismo al entrar al edificio y al departamento, hasta que nos topamos de frente con Yuriy, que justo iba a abrirnos.

Su departamento estaba lleno de calidez: duela de madera, grandes ventanales, un Precision Bass blanco en la sala junto a un pequeño home studio y varias pinturas en proceso (su pareja es artista visual). Yuriy me explicó algunos detalles sobre el contrabajo, lo cargamos al Bolt y salimos directo al club.

Para llegar había que cruzar un enorme río. Al otro lado estaba la parte antigua de la ciudad, con edificios medievales del siglo XII. Toms me contó que, tras separarse de la Unión Soviética, Riga era peligrosa, con mafia y delincuencia, pero que poco a poco se transformó hasta integrarse a la Unión Europea. Hoy se ve limpia, cuidada y segura.

El club estaba en una zona más moderna, en un complejo con bares y restaurantes. El venue parecía una casa antigua adaptada: en el segundo piso estaba el escenario, con sillones cómodos desde los que el público disfrutaba el concierto. La atmósfera era oscura pero acogedora. A un costado había una gran sala de estar con barra y baños, que también servía como lobby.

El backstage, aunque pequeño, tenía ese aire soviético tan característico de Europa del Este. En los pisos superiores habían habilitado otro camerino grande con vestidor y sillones, pero nosotros preferimos quedarnos en el de abajo o en la sala tomando cerveza. Lucas, Hanno y Florian mataron el tiempo jugando ajedrez.

Antes del concierto, después de la prueba de sonido, fuimos por un par de rebanadas de pizza en un local detrás del venue. No era gran cosa, pero era rápido y barato.

El concierto salió mucho mejor que en Robadors. Es normal en un tour: cada noche la música se asienta más. El sonido del lugar y el contrabajo ayudaron bastante. Al terminar nos quedamos un par de horas conviviendo con la gente local; todos eran muy amables. Pedimos recomendaciones de lugares para conocer esa noche. Nos dijeron que lo mejor era quedarnos por la zona, pero como nuestro Airbnb estaba en la parte antigua, decidimos ir de todas formas.

Tomamos un Bolt y entendimos los comentarios en cuanto llegamos. La arquitectura era bellísima, pero el ambiente estaba saturado de turismo: pubs llenos de ingleses bebiendo y gritando, un Burger King en medio del centro histórico. Vimos incluso a un tipo tirado en el suelo, tambaleándose para levantarse. Aun así, teníamos hambre y encontramos un local con hamburguesas y kebabs. Yo quería hamburguesa, pero tardaba una hora, mientras que el kebab solo veinte minutos. Pedí un kebab clásico como Hanno, pero al final solo quedaban ingredientes para uno y tuve que cambiar a un “Mexibab”.

Mientras esperábamos, Lucas y yo caminamos hasta el río, a una cuadra. Era un sitio donde se reunían muchos jóvenes y entendí por qué: era un lugar muy agradable. Nos quedamos un rato y luego crucé de regreso por un puente vacío, salvo por un guitarrista callejero que afinaba su guitarra. El puente tenía una resonancia increíble.

De vuelta al local, Lucas y yo pedimos sentarnos en la mesa de un señor irlandés llamado Aaron. Charlamos un poco con él hasta que decidió irse. Después llegaron Florian, Toms y Marta Frīde, una bajista local. Los kebabs llegaron muy tarde. Para entonces, Hanno ya se había marchado: no soportó el ambiente con ingleses gritando y usando una máquina de box para medir la fuerza de sus golpes. Yo apenas comí la mitad de mi Mexibab (que en realidad era más un burrito con carne enchilada y frijoles). Estaba más cansado que hambriento, y al día siguiente teníamos que levantarnos alrededor de las 6 a.m.

Llegamos al Airbnb entre la 1:30 y las 2:30 a.m. (no estoy del todo seguro porque nunca cambié la hora en mi teléfono). Me lavé los dientes y dormí en un sillón bastante cómodo.

Set 1

  1. Weißes Rauschen

  2. Fly Out

  3. Eine Nacht In Mejis

  4. The City That Never Sleeps

  5. Pulse

Set 2

  1. Salty

  2. But It Still Hurts

  3. Lee Roy

  4. Whenever You Are Lonely

  5. Tune For Joris

Día tres - Vaasa, Finlandia

Hanno me despertó casi media hora antes de que sonara mi alarma. Me levanté casi de un movimiento y me metí a bañar. El agua me ayudó un poco a mantenerme despierto, aunque era demasiado temprano para mí: cerca de las 5 de la mañana. Lucas se despertó después. Salimos y estuvimos unos minutos en la calle mientras él pedía un Bolt. La ciudad a esa hora tenía una belleza distinta, con una vibra totalmente diferente: las calles tranquilas, los edificios antiguos, los tranvías exsoviéticos y los grandes parques verdes. Todo parecía otra ciudad. Me dieron ganas de quedarme más tiempo observando ese ambiente.

Llegamos al aeropuerto con tiempo suficiente para que Lucas y Hanno documentaran su equipaje. Ahí nos encontramos con Florian y Toms. Hanno registró sin problema sus platillos, pero Florian y Lucas tuvieron dificultades con la señora del mostrador, que insistía en que tanto la guitarra como el saxofón debían documentarse. Estuvieron discutiendo unos 15 o 20 minutos, pero la mujer no cedió. Florian tuvo que pagar un equipaje extra y entregar la guitarra directamente a los trabajadores del avión, quienes la guardarían. Lucas, en cambio, solo pagó por un equipaje de mano adicional. El día comenzó con cierta tensión por esa situación, sumado a que la gente del aeropuerto no fue especialmente amable.

En el control de seguridad, una agente me pidió de muy mala manera que usara solo una charola para mis cosas, cuando yo sabía que debía sacar también el iPad y la computadora, y no cabrían en una sola. Puso mala cara cuando saqué todo de todos modos. Me hicieron pasar varias veces mis pertenencias porque llevaba la batería recargable del celular y algunos cables. Ya adentro noté que todos estaban molestos, en especial Florian por haber tenido que pagar de más.

El vuelo fue corto, en el mismo avión pequeño de hélices del día anterior. Apenas subí, el cansancio me ganó y me dormí casi de inmediato. En un abrir y cerrar de ojos estábamos de nuevo en Helsinki. Caminamos hacia el tren para hacer la conexión. No fue tan largo el trayecto, aunque todos entraron a un supermercado dentro del aeropuerto a comprar comida. Yo todavía tenía la mitad de mi mexibab y decidí ahorrarme unos euros, aunque después me arrepentí: no sabía cuánto tiempo pasaría sin comer.

Sábado 13 de septiembre de 2025 - Doo Bop Club

Al salir del aeropuerto tomamos unas escaleras eléctricas que descendían profundamente. Era un espacio muy bajo, casi subterráneo. Al frente, una pantalla enorme proyectaba un clip de la ópera de Helsinki: música clásica con cantantes vestidos con camisetas estampadas y jeans, en un escenario que parecía el interior de un teatro. La mezcla de lo moderno con lo tradicional me pareció extraña y fascinante.

Al final de las escaleras llegamos al túnel del tren. El hambre empezó a apretar y me senté a terminar mi mexibab, pero no pasó mucho tiempo antes de que llegara el tren y tuve que guardarlo. Diez minutos después, llegamos a otra estación para hacer el transbordo al tren hacia Vaasa. Ahí sí aproveché para acabar lo que quedaba de comida. Recuerdo que subí y bajé escaleras con la mochila a cuestas hasta sentarme en un banco de la estación. Mientras comía, apareció una abeja que parecía radioactiva, fosforescente. Compartí con ella un poco de mi comida y, por raro que suene, sentí gratitud por estar en ese lugar y en ese tour.

En el siguiente tren elegí asiento junto a la ventana, al lado de Hanno. El paisaje era hermoso: campos verdes, árboles, casitas pequeñas. Traté de observarlo un rato, pero el cansancio fue más fuerte y me quedé dormido casi todo el trayecto, unas cuatro horas. Entre sueños, alcancé a notar algunos cambios: de pronto se oscureció y comenzó a llover, luego volvieron los campos iluminados. Poco antes de llegar a Vaasa desperté.

La estación era tan pequeña que al bajar del tren ya estabas prácticamente en la calle. Caminamos unos 15 minutos hasta el Airbnb. En el trayecto pensaba lo extraño que era estar tan lejos de casa, en un lugar tan pequeño y silencioso. El clima era perfecto: fresco pero agradable. En una de las calles vimos un pequeño robot con banderita, una mezcla entre roomba y explorador de Marte. Mientras cruzábamos, parecía que nos miraba, como nosotros a él, antes de seguir su camino.

El departamento estaba en un edificio nuevo, con una gran jaula al frente llena de bicicletas. Dentro, el baño tenía sauna y el living room era como una terraza rodeada de cristales a la que se accedía por la cocina. Noté que muchos edificios de la zona tenían esas terrazas cerradas; supuse que era una forma de sentir el exterior sin tener que salir en los largos inviernos.

Como había dormido casi todo el viaje, decidí salir a dar una vuelta. Lucas me acompañó con la idea de ir al mar a remojarnos. Caminamos hasta la bahía por calles tranquilísimas, casi desiertas, había por el camino cajas de cableado de telecomunicaciones  decoradas con fotos de naturaleza en lugar de grafitis. De hecho, no vimos ni un solo grafiti; lo más parecido fue un mural que también representaba paisajes naturales. Al llegar, nos dimos cuenta de que no era exactamente el mar, sino más bien un lago. No había mucho que ver y preferimos no entrar al agua, así que pensamos en buscar comida.

Caminamos sobre la bahía y vimos un mercado levantándose con algunos puestos callejeros, pero no alcanzamos a probar nada. De regreso, vi un anuncio de hamburguesas y pensé que sería lo más decente que encontraríamos; mi mexibab ya era historia. Lucas dudaba, y yo tampoco encontraba el lugar exacto, así que seguimos caminando. Él propuso unas hamburguesas en otro sitio, pero se veían peores que las de McDonald’s. Al final, entró a un supermercado y compró una pasta con camarones. No se veía mal, pero yo ya tenía clavada la idea de la hamburguesa.

Busqué con más atención y descubrí la entrada a una plaza comercial. No veía aún las hamburguesas, pero al subir me encontré con una zona de comida. Allí estaban, pero al lado había un buffet de comida china por solo 13.80. Abandoné la idea de inmediato y pedimos buffet: carne, camarones, gyozas, rollitos, ensalada, sandía, tiramisú y agua. Comimos como si lleváramos días sin hacerlo. Extrañamente yo tenía mucha energía, a pesar de haber dormido solo en el avión y el tren.

Mientras comíamos, platicamos sobre planes futuros, sobre si yo volvería a España y cómo podría lograrlo. Pensé en lo buen amigo que es Lucas.

Más tarde, Florian consiguió otro alojamiento cerca del club donde tocaríamos. El Airbnb inicial tenía solo una cama grande y un sillón para todos menos él. Hanno, incómodo, había encontrado un catre en un clóset y lo armó. Antes de salir al concierto, Lucas y yo recogimos todas nuestras cosas para hacer el check-in en el nuevo hotel después de tocar.

El club nos recibió muy bien. Había contrabajo, aunque no de gran calidad, pero al menos estaba ahí. La fachada me pareció muy europea, con el logo en la entrada y una puerta que recordaba a un pub londinense. Al bajar las escaleras se podían ver las firmas de los músicos que habían pasado por ahí. El lugar era amplio y oscuro, con el escenario a la izquierda y el bar a la derecha. Después de la prueba de sonido fuimos al backstage, al fondo, pasando la barra. Detrás de unas puertas con apariencia de refrigerador, decoradas con papel púrpura brillante y un letrero grande de “BACKSTAGE”, había un cuarto pequeño pero cómodo, lleno de afiches y sillones.

En el rato libre antes del concierto, Lucas y yo salimos por una cerveza a un bar cercano llamado Zinc Craftbar. Tenía un aire artesanal y más hipster de lo que imaginé. Pedí invitar esta vez, ya que él había pagado el Bolt y una ronda anterior. La cuenta me dolió: 16,80 euros por dos cervezas pequeñas. Nos sorprendió a ambos, pero pensé que valía la pena. Nos sentamos afuera, disfrutamos unos minutos de calma y vimos pasar a Florian y Hanno hacia el club, así que terminamos rápido y volvimos.

El concierto fue, para mí, el mejor de la gira. La música fluyó muy bien, con momentos de gran conexión con el público, pese al bajo incómodo. Al terminar, todos estábamos cansados, pero Toms y yo aún teníamos energía. Charlamos con varias personas: una chica que trabajaba en el lugar, otra que hacía striptease, una guitarrista de punk espacial y una tatuadora. También conocí a Alex, el ingeniero de sonido del club, quien me contó que no cobra por su trabajo allí, que todos son voluntarios. Vive en un pequeño barco donde no puede estar de pie, con una estufa que enciende en las noches heladas. En invierno viaja en moto: ha ido hasta Grecia y Portugal, acampando y gastando poco. Tiene una banda de blues y me regaló un vinilo suyo de hace casi diez años. Le agradecí mucho y me emocionó escucharlo.

Mientras hablábamos, las cervezas no dejaban de llegar. Fue el único lugar donde nos invitaron bebidas libremente, casi sin límite. Después de una más, decidí alcanzar a Lucas en el hotel. En el camino hice una videollamada con Muri. El hotel estaba cerca; entré con el código y subí a la habitación. Lucas ya estaba acostado. Dejé mis cosas listas y puse la alarma a las 6:30. El tren salía a las 6:44, pero como estaba a solo cinco minutos caminando, confié en que podría dormir un poco.

Set 1

  1. Weißes Rauschen

  2. Fly Out

  3. Eine Nacht In Mejis

  4. The City That Never Sleeps

  5. Pulse

Set 2

  1. Salty

  2. But It Still Hurts

  3. Lee Roy

  4. Whenever You Are Lonely

  5. Tune For Joris